lunes, 22 de abril de 2013


De profesor a profesor
MARIO CARBONELL

Llevo más de 23 años dando clase a nivel universitario, tanto a nivel de licenciatura como de maestría y de posgrado. He dado clase en Universidades públicas y privadas, en México y en más de 10 países del extranjero.

Durante todos los años en que he dado clase en México he visto (y sufrido) las consecuencias de una mala educación básica, a nivel primaria, secundaria y preparatoria. No son pocos los alumnos que llegan a cursar una licenciatura con un paupérrimo nivel de comprensión de lectura, sin capacidad de redactar textos y con una pésima ortografía.

Es por eso que puedo decir, con todas sus letras y sin temor a equivocarme, que lo que lo está pasando con los “maestros” (por llamarlos de alguna forma, aunque no se merezcan ese título) de Guerrero, Oaxaca, Michoacán y otros estados es un verdadero atentado contra el presente y el futuro del país. Un atentado que hay que detener con la mayor urgencia si queremos rescatar a México de su nefasta influencia.

Esos maestros dicen que luchan para evitar que la educación se privatice, pero lo que ellos hacen es mucho peor. En Oaxaca el chantaje magisterial al gobierno no lleva uno o dos años: lleva más de 30. Lo que menos han hecho en tantos años esos maestros es elevar el nivel de sus educandos y ofrecerles una opción educativa pública de calidad. Por el contrario: todas las evaluaciones disponibles señalan que los niños de Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán tiene un nivel educativo similar o inferior al que tienen los niños de países africanos.

Nuestros niños peor situados se encuentran a una distancia no de años, sino de siglos respecto al nivel que hoy tienen los niños en la delegación Benito Juárez en el DF, o en el municipio de San Pedro Garza García en Nuevo León (que son los dos localidades que sobresalen en su desempeño educativo). Unos y otros comparten nacionalidad y viven en el siglo XXI, pero para unos la educación es como de tiempos de la colonia, mientras otros reciben una formación que los está preparando para ser ciudadanos exitosos en nuestro mundo global.

La educación en Guerrero, Oaxaca y Chiapas ya ha sido de hecho privatizada, pues está secuestrada por un grupo de personajes tenebrosos, acostumbrados al chantaje y afectos a las marchas, plantones y huelgas de todo tipo. Ninguno de esos “maestros” quiere ser evaluados. Es comprensible: si lo fueran saldrían de nuevo a la luz pública los resultados que ya conocemos y la sociedad se rebelaría ante tanta y tan grave negligencia. No son capaces de pasar el filtro de una evaluación, pues seguramente saben incluso menos que sus alumnos de ortografía, sintaxis, razonamiento lógico y demás habilidades necesarias para tener un óptimo desarrollo académico.

Lo peor de todo es que el gobierno insiste, año tras año, en sentarse a negociar y a dejarse extorsionar por esos grupos mafiosos, en vez de emprender una limpia a fondo del sector educativo, que permita tener profesores más preparados y dispuestos a trabajar duro para salir adelante, en vez de mantener secuestrados de forma permanente a sus alumnos y a los indefensos padres de familia.

La solución mejor sería evaluarlos en el marco de lo que ya señala la vigente reforma constitucional en materia educativa (la cual es obligatoria, por si algún gobernador todavía tiene la duda) y remover a aquellos docentes que no logren acreditar el nivel necesario para dar clase.

Si para sustituirlos es necesario traer profesores de otros sitios, incluso de países con mejores niveles educativos, hay que hacerlo sin dudarlo. En Corea del Sur los padres de familia exigen que los maestros de inglés de sus hijos sean nativos de países anglosajones. En las universidades de EUA abundan los profesores de ingeniería traídos de la India o profesores de matemáticas de origen asiático. Por eso ellos son mejores que nosotros: porque saben pedir ayuda cuando la necesitan. Nosotros seguimos encerrados en un círculo que, lo sabemos perfectamente, no da buenos resultados. Ni los va a dar jamás.

Con esos maestros dando clase y formando a nuestros niños solamente podemos tener una certeza: nunca saldremos adelante. No importa lo que hagamos y no importa cuánto dinero invirtamos en el sistema educativo, con ellos no podremos. Hay que cambiarlos o resignarnos a seguir estando peor que en África. La alternativa es clara. La solución, también. Artículo publicado en El Universal.