Maestros, prensa y poder punitivo
Carlos Fazio
Cual policías del pensamiento único
disciplinador y domesticador, la jauría informativista de los medios
corporativos privados está desatada. Con fruición desbordada clama por la mano
dura y el garrote. Como tantas veces antes, engolados comunicadores,
histriónicos campeones de la trivialidad, histéricos del rating, bombardean a
la población con estereotipos, eslóganes y clichés maniqueos. Invocan el estado
de derecho; la ley y el orden, y piden cárcel contra quienes protestan contra
una reforma educativa autoritaria, producto de un acuerdo cupular de la
partidocracia, ideado para mantener la violencia estructural, generada desde
arriba.
Subsumido en las campañas de intoxicación
propagandística, aflora el manido repertorio de odio clasista de quienes sirven
a los que mandan. Al cacerolismo mediático y el linchamiento exponencial de
maestros normalistas y jóvenes universitarios, se suma la llamada a la
violencia represiva del Estado contra los vándalos, las hordas, la turba, los
conspiradores enmascarados y el salvajismo del otro, el disidente, el que se
resiste a ser amaestrado y no renuncia al pensamiento crítico liberador.
Presionan para que reaparezca el rostro colérico diazordacista del muñeco
telegénico de Televisa y los poderes fácticos, Enrique Peña, el que mostró con
los asesinatos y las violaciones sexuales tumultuarias de Atenco, y la
represión-escarmiento inaugural de su mandato, el 1º de diciembre de 2012 en la
ciudad de México.
En la coyuntura, los amanuenses del sistema
han erigido a maestros y estudiantes disidentes en el nuevo enemigo interno. Un
enemigo a destruir, a aniquilar. La vieja educación humanista y con alto
contenido social en un país de pobres y analfabetos no corresponde a las nuevas
necesidades de la dominación capitalista. Por eso, un objetivo clave de la
contrarreforma educativa de Peña es acabar con el papel histórico de los
maestros en las luchas sociales.
Encubriendo las causas que generaron el
actual conflicto ideológico en el sector educativo nacional, los medios
presentan una caricatura de la realidad. Manipulan, distorsionan, simulan. Los
cultores del ditirambo del poder amplifican el discurso esquizoide del gobierno
y arremeten contra los mentores y estudiantes de la enseñanza básica y
superior, que han salido a las calles a protestar contra la imposición de una
contrarreforma educativa elitista y excluyente, que busca fabricar jóvenes
eficientes y conformistas para el mercado total; que luchan contra la
mercantilización de la enseñanza pública, básica y superior; contra la
universidad-empresa, el capitalismo académico, la educación electrónica y el
sindicalismo charro corrupto y corruptor.
Junto a la estigmatización del otro a
doblegar, la ideología despolitizadora de la comunicación total reproduce
matrices de opinión que refuerzan los intereses corporativos. Entrenada para
divulgar una realidad virtual, ahistórica y sin memoria, la prensa mercenaria
condiciona y modela a sus audiencias, arreglando sus noticias y comentarios
editoriales conforme a criterios políticos facciosos que no cumplen con los
estándares mínimos, éticos y legales que garanticen un buen equilibrio entre la
libertad de expresión y el derecho a la información.
El presentador vedette, el hombre-ancla, el
editorialista patriotero de la prensa escrita, radial y televisiva repite a
coro las palabritas de importación de moda, vía la OCDE: hay que examinar y
evaluar a los maestros. Algunos, los más ilustrados −hay muchos payasos y
chimpancés en la prensa nativa−, saben que los exámenes y la evaluación no son
simples procedimientos técnicos y, sobre todo, que no son neutrales. Saben que
se usan para impulsar un modelo determinado de educación. Pero,
demagógicamente, engañan a sus auditorios: para eso les pagan sus anunciantes y
patrocinadores.
Por un carril paralelo, la manufacturación de
un enemigo interno (hoy los maestros y estudiantes disidentes) tiene que ver
con la construcción social del miedo. El Estado decide quién es el enemigo, y
al ser ubicado como tal un individuo es colocado fuera de la ley. Al negársele
al enemigo la calidad de hombre o mujer, de persona, se transforma en algo más
bien parecido a un monstruo o una bestia. Un ser limítrofe. Una vida desnuda
(Agamben) que se encuentra fuera de la ley y de la humanidad, y con la cual no
hay acuerdo posible, al que se debe derrotar incluso mediante la coacción
física y la tortura y/o eliminar. Una vida de la que se puede disponer libremente
al punto de que se le puede dar muerte sin que sea necesario cumplir con los
procedimientos legales instituidos y sin que ello constituya un homicidio.
Ocurrió durante la pasada guerra de Felipe Calderón y está en fase de
calentamiento en el arranque del peñismo, el nuevo PRI y los pactistas paleros.
Como dice el penalista Raúl E. Zaffaroni, el
enemigo es una construcción tendencialmente estructural del discurso
legitimante del poder punitivo. Sólo que la noción de enemigo no se limita a la
imagen extrema encarnada por el disidente de turno, sino que abarca a amplios
sectores de la población que no optan por jugar en los opuestos y se mantienen
pasivos. Las contrarreformas estructurales del gran capital (las impuestas y
las que vienen), tienen una fase represiva paralela dirigida contra todo tipo
de resistencia a los valores promovidos oficialmente o a aquellos considerados
normales, lo que de manera automática ubica en el campo de la disidencia al que
protesta, pero que también abarca al que no se mete, al espectador neutral,
conformista, alienado, y que tarde o temprano, a través de las formas
encubiertas de la guerra sicológica en curso, también terminará siendo blanco
de la acción punitiva del Estado. La lógica del poder es implacable: se basa en
un razonamiento de suma cero, según el cual lo que beneficia al enemigo,
erosiona o destruye al régimen de dominación clasista.