jueves, 4 de abril de 2013


La educación no se negocia
Javier Cruz

México es un país pluricultural. Tanto las personas que hablan inglés en Tijuana como  aquellas que hablan tzotzil en Chiapas forman parte de los Estados Unidos Mexicanos. En este sentido, los mexicanos somos iguales pero distintos; de norte a sur, de este a oeste, existen diferencias culturales, territoriales, etcétera; pero, pese a éstas, nadie puede negar que cada una de las personas que radican en México somos mexicanos y,
aunque suene contradictorio, somos iguales. La igualdad radica en nuestra calidad de mexicanos, pero sobre todo en que todos debemos tener el mismo acceso a los derechos que otorga la Constitución. Uno de éstos es el derecho a la educación. La Constitución de la Republica ha ordenado una serie de elementos en materia de educación.

Los estados de la Unión como Guerrero, Michoacán y Oaxaca —entre otros— no pueden desacatar el mandato constitucional. ¿Por qué? Bueno, la Constitución ha ordenado los cuatros puntos básicos de la educación. A saber: (I) infraestructura, (II) contenidos
educativos,(III) profesores y (IV) evaluación de estos factores. En este sentido, los gobernadores no tienen más oportunidad que aplicar el mandato constitucional que sus mismos congresos aceptaron. Asimismo, estos elementos se transforman en derechos fundamentales para las personas, los cuales dotan de sentido al derecho a la educación de cada individuo.

En el caso de que no lo acepten, los Congresos locales no pueden negociar la Constitución; las legislaciones que vayan más allá de ésta serán nulas. Los plantones de los sindicatos, las marchas, manifestaciones y demás. son igual a cero. En efecto, cualquier negociación en Guerrero, por poner algún ejemplo, debe de carecer de trascendencia jurídica, ya que la Constitución (y sus derechos) no se negocian. No es una cuestión de gustos, sino de cumplimiento.

Lo que debe imperar es el mandato constitucional que no se soluciona con huelgas ni plantones. La resistencia de ciertos grupos no puede minar la voluntad de que nuestros niños y adolescentes encuentren un mejor futuro. Porque, como se menciona, no sólo se trata otorgar infraestructura y contenidos educativos, sino que cada una de las  obligaciones del Estado se traduce en el ejercicio del derecho a la educación de niños y adolescentes. En caso contrario, nuestra juventud está condenada a realizar marchas para poder subsistir.
 * Investigador del CIDE. Publicado en El Universal